domingo, 12 de septiembre de 2010

Roberto Bolaño




Conocí a Roberto Bolaño en la puerta del Hospital Trueta, en Girona. Se asomaba desde los pliegos arrugados por el viento gris de diciembre en El Periódico. Él, al igual que el historietista Altuna, al igual que tantos que habían llegado a Catalunya para quedarse, aparecía en catalán, dibujado en ese pedazo de diario botado como un personaje más de este paisaje. Seremos todos catalanes, residimos, trabajamos, respiramos aquí, como decía Jordi Pujol, queremos ser catalanes. Aún no sabía que Bolaño era poeta. Sí me enteré en ese momento que había vivido en Blanes y que había muerto aquí.

Esperaba a mis hijos. Aún anidarían unas semanas más en Andrea, se quedarían allí, quietos, los mellizos, sin salir aún. En una habitación del Trueta. Era el fín del año 2004, el mismo año en que llegamos a Barcelona. Un año largo que había transcurrido para nosotros en tres continentes, en el que habíamos regresado a nuestro lugar natal y habíamos vuelto a despegar, desde la nada.

Luego me enteré que Bolaño había perdido su acento chileno, que no había podido regresar para quedarse en Chile. Que creía que los nacionalismos son estúpidos. Luego encontré muchas más coincidencias con Bolaño. Pero sobre me enteré que había vivido a la vuelta de donde vivo, en el carrer de lOr, en el casco antiguo de Blanes. Dicen que por aquí se erigía la vieja muralla de Blanes, por donde se terminaba el dominio del Conde de Blanes, a la vera del castillo y el convento. Aquí, todavía en el interior de la muralla, hemos terminado nosotros cinco, los mellizos, mi hijo Mateo, mi mujer y yo.

También terminó aquí sus días Roberto Bolaño, con su mujer Carolina y su hijo Lautaro, que iba también a la Escuela Joaquim Ruyra. Bolaño solía pasearse por el Paseo del Mar, cuando todavía se hablaba en pesetas, cuando todavía nosotros no habíamos llegado ni imaginábamos como sería Blanes. Bolaño solía jugar al Risk con un vecino, el Sr Pujol. Lo conocía todo sobre las guerras napoleónicas, a cada personaje del Risk le ponía el nombre de un general. Me pregunto si Carolina López, su esposa aún anda por aquí. Me pregunto si el espíritu de Bolaño aún deambula por el paseo del mar, en las frías tardes de invierno, contemplando como las olas se comen el borde de la vereda. En verano tal vez aún observa las siluetas rojas de los que se cuecen bajo las sombrillas. Por ahora yo resido aquí, en este ámbito de inclusión en las paredes de la vieja muralla imaginaria. ¿Habrá habido, como en Besalú y en Girona, un barrio judío en Blanes? En fín nuestra eterna sangre imigrante, judía y argentina, se ha hecho un lugar en el rincón de la muralla imaginada. Hemos evitado tal vez algunos saqueos de hordas salvajes provenientes de villas miseria de nuestros lugares de orígen. Hemos huído de la mediocridad endémica de nuestra gente refugiándonos en el poblado arrinconado sobre el Mediterráneo, sin hacer alardes ni de distinción ni de talento. Solo nos hemos mimetizado con el resto de los refugiados, de 30 o 40 comunidades, que se han hecho un lugar aquí pensando lo mismo que nosotros: que este puede ser un buen lugar para ellos. No hacemos mucho ruido ni nos destacamos, tampoco somos francamente aceptados por los miembros de la comunidad local. Pero lo interesante es que además de pertenecer al efímero mundo de los que eligen el retiro para proyectar el futuro, compartimos un destino como Bolaño. Por un lado no soy nadie para hablar de él. Así como él habló con muchos de sus contemporáneos, poetas, narradores. Lo hizo públicamente, a través del Diari de Girona, en conferencias y escritos. A muchos de sus contemporáneos los inventó, los poetas nazis, los genuflexos, los locos perdidos y los suicidas que pueblan algunas de sus reflexiones. Decía que así como él habló de sus contemporáneos, yo, que no soy nadie, me atrevo a hablar de él. De sus escritos, de su estilo de vida que se emparenta con el mío. Mientras esperaba a mis hijos en el Trueta, Bolaño me dijo que había estado aquí. Luego volvió a decírmelo con más fuerza. Me introdujo en su mundo de relaciones y parentescos, que más que una constelación se torna a veces una pesadilla. Sobre todo cuando el laberinto nos lleva a un puzzle de nazis y suicidas. Me habló de su distancia. Yo también he roto con todo, salvo con tres relaciones en mi lugar de origen y un sueño: darles un lugar a mis hijos. Contemplo yo también el Mediterráneo desde el Paseo del Mar, algunos de los parentescos y semblanzas de Bolaño me suenan, son parte de mi constelación. He pasado por Borges, Sábato, Macedonio Fernández, Arlt, por los malditos norteamericanos, por Chester Himes y Dashell Hammet. Hasta ahí llego, a duras penas. Ni siquiera escribo. No tengo editor, ni me relaciono con el mundo de la literatura. El mundo de la literatura no me pertenece, ni me acepta, ni me quiere. Soy apenas un superviviente, en una escala similar a la de uruguayos y argentinos que pueblan las fábricas de Tordera con contratos basura de tres meses, con sus mujeres que limpian casas y se emplean en las botigas y en las inmobiliarias decadentes post boom por dos duros. Somos parte de ese grupo, de esa generación de exiliados sin ideas, sin ambición. A nosotros no nos matarían si volviéramos a nuestros lugares, los que tenían que hacer el trabajo sucio ya han triunfado lo suficiente como para que seamos inocuos. A nosotros solo nos dejarían afuera los mandamás y nos amenazarían las hordas de desheredados. Por eso no se nos ocurre regresar. Entonces¿ por qué mi parentesco con el amigo Bolaño? Él se va a otro barrio y llegamos nosotros, como si su lugar vacío pudiera ser llenada por la presencia del recuerdo. Nos miran con recelo, los vecinos. Unos más que vienen a adueñarse de las viejas casas de pescadores, a anidar en la mezquina política local, a pretender un espacio en el verano plagado de esos extranjeros que han sido desterrados a las zonas muertas del pueblo. Por momentos somos exóticos y por momentos parecemos casi un estorbo a la paz condal. Bolaño puebla estos carrers que no tienen más de 5 metros de ancho y no menos de 1000 años de existencia con sus poesías y sus autores. Todos esos autores han llegado a Blanes para quedarse, los mediocres, los que están en el Parnaso, los que brillan y los que se olvidan rápidamente, los provincianos y los universales. Bolaño, al igual que yo, perdió su biblioteca, pero no la memoria. Al igual que yo tuvo que adaptarse al mundo sin la biblioteca original. Y ahora que estamos aquí, reconstruyendo libro a libro la biblioteca, observamos desde el Castillo de San Juan como los fantasmas bailan por los carrers de la ciudad vella, como el Bolaño vuelve a escribir y a subir las escaleras y a bajar al paseo del Mar. Los vemos a todos al mismo tiempo, los vemos desde arriba, casi desde el cielo, en el mismo rincón donde los barcos pescadores esperan salir, en la madrugada azul en la que los niños parten a la Joaquim Ruyra y los poetas que trajo Bolaño, entre los que no me cuento, empiezan a cumplir con su cometido de armar el mundo como un rompecabezas absurdo.

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