
He reconstruido los últimos pasos de Johan Sebastopol antes de su desaparición. Se apersonó en la puerta de salida. Tenía un vuelo a las cinco de la tarde. Pero no había llegado a tiempo. Le esperaba una larga noche en vela, contando con que alguien lo llamara, con que alguien que le hiciera llegar una solución a su problema. Porque se había quedado sin dinero y creía todavía en que su padre se acordaría de él después de tanto tiempo y le resolvería la situación con un giro. Pero no habría milagro. Con su padre y con su madre estaba peleado, justamente por eso estaba en el aeropuerto de Bogotá, esperando embarcarse de nuevo rumbo a Miami. Miraba las caras de los otros pasajeros. Seguramente le pareció que tenían caras de oveja, que solo soñaban con que no les tocara a ellos. La fuerza temible de las FARC, la policía inmigratoria estadounidense, la venganza de los escuadrones de la muerte. Podía pasar cualquier con esos seres impredecibles y sedientos de sangre. Con sus caras bovinas solo alcanzaban a rogar que no fueran ellos los que padecieran alguna de las calamidades que les deparaba el destino. En Bogotá parecía aún más borrego que otros, de otras latitudes. Por lo menos los del hemisferio norte ascendían tranquilos a los aviones luego de haberse desnudado de cinturones metálicos, espumas de afeitar, cuchillos y botas con lentejuelas. Estas ovejas solo querían subir a horario, vanagloriándose de su suerte. No estaban del lado de los terroristas, ni tenían un hombre bomba sentado al lado. Eso los dejaba medianamente tranquilos, además de la seguridad de poder embarcar en el próximo vuelo. Pero Johan Sebastopol estaba en Bogotá y aquí la gente, aún más bovina que la otra, tenía miedo en serio. Él seguro que no. No lo habían dejado subir en el vuelo de las nueve. Ya no había vuelos ni dinero para quedarse ni un día más en Bogotá. Por ser pobre merecía no tener opciones. Su destino era Miami. Solo imaginar los boxes de inmigración seguro que le ponía la piel de gallina. Esos cuarenta boxes, uno al lado el otro, con tipos controlando papeles en todas las ventanillas podían terminar con el temple de cualquiera. Johan Sebastopol sabía que no iba a pasar ese control. Porque su pasaporte era de Bolivia. A pesar de ser rubio y alto, Sebastopol iba a correr la suerte de un pueblo miserable: ser rechazado en los aeropuertos. Pensaba que lo iban a poner en el primer vuelo de regreso a La Paz. Estas cosas sucedían todos los días en América, país generoso por excelencia. En otros lugares donde los generosos americanos solo eran huéspedes alguien como Sebastopol podía morir. Al intentar pasar un puesto de control en vez de mandarlo de vuelta, por error, lo podían eliminar, también por error. Su deceso sería un simple efecto colateral de una invasión destinada a darle más libertad y democracia a él y a los suyos. Sebastopol no disfrutaría ni de libertad ni de democracia, simplemente recibiría una o varias balas en el cuerpo. Sebastopol estaba varado en Bogotá y en esta oportunidad jugaba de visitante, lo que él creía que ofrecía más garantías que jugar de local. Se equivocaba. Había conseguido un vuelo muy barato, lleno de escalas, con LLoyd Aéreo Boliviano. Ahora estaba atrapado en este aeropuerto. Era la última de siete escalas. El LLoyd había parado en Santa Cruz, Lima, Quito, Caracas, Medellín y Bogotá. En cada escala Sebastopol se había bajado en el aeropuerto y esperado el vuelo siguiente para embarcar. Pero esta vez el vuelo había llegado tarde y la compañía aérea LLoyd Aéreo Boliviano había dejado de funcionar, de pronto . Sebastopol estaba varado ahí sin dinero hasta que alguien lo sacara del pozo. La gente comenzaba a incorporarse para embarcar en último vuelo charter de emergencia, pero a él le habían dado una tarjeta de embarque sin código. Esto significaba que debía esperar a que el último pasajero subiera al avión para embarcar. Sebastopol seguro pensó que eso no sucedería nunca. Pero el milagro se produjo. Un milagro que luego resultó ser una tragedia para Sebastopol. Lo dejaron subir. Era un vuelo de solo cinco horas y el planeo del avión por el cielo de
No se supo más nada de Sebastopol. Sus padres no preguntaron más por él al gobierno. Su suerte dejó de interesarles a ellos y también a los amigos y a su ex mujer, que había dejado en El Cairo. Sebastopol no tenía su documentación en regla y por alguna razón los agentes de inmigraciones no decidieron devolverlo, sino dejarlo ahí, hasta que se aclarara su situación. Solo yo comencé a indagar por él en Inmigraciones, en un número gratuito 1-800. Me dijeron que lo encontraría en el Krom Center, centro de detención para inmigrantes ilegales de Miami. En la ventanilla de entrada el guardia sentado detrás de un vidrio me dijo que no había ningún Sebastopol en los registros.
Un simple error burocrático ha causado esta confusión. Sebastopol recibió un documento del gobierno boliviano en el cual se estipula que es depositario del nombre Sebastopol. Pero en realidad su verdadero nombre es otro: Henk Lacroix. Sebastopol soy yo. Hace años que tengo que aclarar la situación. Porque cuando hice un reclamo formal en
Ahora he decidido recuperar mi identidad y quiero ser de nuevo yo mismo, Johan Sebastopol. Henk Lacroix, no puede estar oculto para siempre. Tengo que recuperar a Johan Sebastopol de las tinieblas y transformarlo nuevamente en Henk Lacroix.
“ Eso no será posible” me han dicho en
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