domingo, 12 de septiembre de 2010

Bolivia











He reconstruido los últimos pasos de Johan Sebastopol antes de su desaparición. Se apersonó en la puerta de salida. Tenía un vuelo a las cinco de la tarde. Pero no había llegado a tiempo. Le esperaba una larga noche en vela, contando con que alguien lo llamara, con que alguien que le hiciera llegar una solución a su problema. Porque se había quedado sin dinero y creía todavía en que su padre se acordaría de él después de tanto tiempo y le resolvería la situación con un giro. Pero no habría milagro. Con su padre y con su madre estaba peleado, justamente por eso estaba en el aeropuerto de Bogotá, esperando embarcarse de nuevo rumbo a Miami. Miraba las caras de los otros pasajeros. Seguramente le pareció que tenían caras de oveja, que solo soñaban con que no les tocara a ellos. La fuerza temible de las FARC, la policía inmigratoria estadounidense, la venganza de los escuadrones de la muerte. Podía pasar cualquier con esos seres impredecibles y sedientos de sangre. Con sus caras bovinas solo alcanzaban a rogar que no fueran ellos los que padecieran alguna de las calamidades que les deparaba el destino. En Bogotá parecía aún más borrego que otros, de otras latitudes. Por lo menos los del hemisferio norte ascendían tranquilos a los aviones luego de haberse desnudado de cinturones metálicos, espumas de afeitar, cuchillos y botas con lentejuelas. Estas ovejas solo querían subir a horario, vanagloriándose de su suerte. No estaban del lado de los terroristas, ni tenían un hombre bomba sentado al lado. Eso los dejaba medianamente tranquilos, además de la seguridad de poder embarcar en el próximo vuelo. Pero Johan Sebastopol estaba en Bogotá y aquí la gente, aún más bovina que la otra, tenía miedo en serio. Él seguro que no. No lo habían dejado subir en el vuelo de las nueve. Ya no había vuelos ni dinero para quedarse ni un día más en Bogotá. Por ser pobre merecía no tener opciones. Su destino era Miami. Solo imaginar los boxes de inmigración seguro que le ponía la piel de gallina. Esos cuarenta boxes, uno al lado el otro, con tipos controlando papeles en todas las ventanillas podían terminar con el temple de cualquiera. Johan Sebastopol sabía que no iba a pasar ese control. Porque su pasaporte era de Bolivia. A pesar de ser rubio y alto, Sebastopol iba a correr la suerte de un pueblo miserable: ser rechazado en los aeropuertos. Pensaba que lo iban a poner en el primer vuelo de regreso a La Paz. Estas cosas sucedían todos los días en América, país generoso por excelencia. En otros lugares donde los generosos americanos solo eran huéspedes alguien como Sebastopol podía morir. Al intentar pasar un puesto de control en vez de mandarlo de vuelta, por error, lo podían eliminar, también por error. Su deceso sería un simple efecto colateral de una invasión destinada a darle más libertad y democracia a él y a los suyos. Sebastopol no disfrutaría ni de libertad ni de democracia, simplemente recibiría una o varias balas en el cuerpo. Sebastopol estaba varado en Bogotá y en esta oportunidad jugaba de visitante, lo que él creía que ofrecía más garantías que jugar de local. Se equivocaba. Había conseguido un vuelo muy barato, lleno de escalas, con LLoyd Aéreo Boliviano. Ahora estaba atrapado en este aeropuerto. Era la última de siete escalas. El LLoyd había parado en Santa Cruz, Lima, Quito, Caracas, Medellín y Bogotá. En cada escala Sebastopol se había bajado en el aeropuerto y esperado el vuelo siguiente para embarcar. Pero esta vez el vuelo había llegado tarde y la compañía aérea LLoyd Aéreo Boliviano había dejado de funcionar, de pronto . Sebastopol estaba varado ahí sin dinero hasta que alguien lo sacara del pozo. La gente comenzaba a incorporarse para embarcar en último vuelo charter de emergencia, pero a él le habían dado una tarjeta de embarque sin código. Esto significaba que debía esperar a que el último pasajero subiera al avión para embarcar. Sebastopol seguro pensó que eso no sucedería nunca. Pero el milagro se produjo. Un milagro que luego resultó ser una tragedia para Sebastopol. Lo dejaron subir. Era un vuelo de solo cinco horas y el planeo del avión por el cielo de la Florida, sobre los cayos, lo mareó. “El mar está lleno de tiburones” pensó seguramente mientras veía el mar verde y azul, “pero la tierra es peor, en la tierra están los caimanes y los hombres”. Sebastopol cruzó el puesto de inmigración y el agente lo miró a los ojos. “ Purpose of your trip?” le increpó el guardia “Tourism”, dijo él. El agente tomó un teléfono mientras se fijaba en el ordenador. Lo miró en silencio y luego le dijo “ you will have to come with Agent García” sir, señalándole un obeso moreno que se había apersonado detrás de la ventanilla. Sebastopol pasó a un pequeño cuarto donde lo interrogaron el mismo García, quien tuvo la gentileza de hablarle en un pésimo castellano y la agente Dolores Smit, como indicaba su identificación. Ambos vestían camisas blancas y negras con placas doradas y pantalones negros con botas. Era muy tarde a la madrugada y Sebastopol respondió a todas las preguntas con monosílabos, dejando claro que era un simple turista, no un inmigrante. Pero en realidad no contaba con ningún elemento que probara alguna cosa respecto de sí mismo.

No se supo más nada de Sebastopol. Sus padres no preguntaron más por él al gobierno. Su suerte dejó de interesarles a ellos y también a los amigos y a su ex mujer, que había dejado en El Cairo. Sebastopol no tenía su documentación en regla y por alguna razón los agentes de inmigraciones no decidieron devolverlo, sino dejarlo ahí, hasta que se aclarara su situación. Solo yo comencé a indagar por él en Inmigraciones, en un número gratuito 1-800. Me dijeron que lo encontraría en el Krom Center, centro de detención para inmigrantes ilegales de Miami. En la ventanilla de entrada el guardia sentado detrás de un vidrio me dijo que no había ningún Sebastopol en los registros.

Un simple error burocrático ha causado esta confusión. Sebastopol recibió un documento del gobierno boliviano en el cual se estipula que es depositario del nombre Sebastopol. Pero en realidad su verdadero nombre es otro: Henk Lacroix. Sebastopol soy yo. Hace años que tengo que aclarar la situación. Porque cuando hice un reclamo formal en la Embajada de Namibia, diciendo que yo no tenía documento de identidad en Bolivia, donde resido legalmente, solo me entregaron un pasaporte con mi nombre. Pero el nombre no coincide con el de mi documento de identidad de Namibia de donde soy nativo. Ser Henk Lacroix me ha generado una libertad de movimientos extraordinaria. Porque me han extendido un pasaporte diplomático, un documento que generalmente no se cuestiona. No importa que el que aparece en la foto sea rubio como la leche y por mi parte sea negro como el chocolate. Aparentemente Lacroix tenía muchos contactos y su oficio era trasladar valijas de dinero y pociones mágicas para desesperados. He heredado su oficio, porque cada tanto recibo un llamado o una carta y se me entregan enseres que me encargo de trasladar de un país a otro. Me indican con cuanto me puedo quedar del contenido de cada maleta. Es un trabajo sencillo y nunca nadie pregunta nada. Además de este extraño pasaporte, el gobierno me ha entregado un teléfono con el cual recibo y confirmo todos los encargos.

Ahora he decidido recuperar mi identidad y quiero ser de nuevo yo mismo, Johan Sebastopol. Henk Lacroix, no puede estar oculto para siempre. Tengo que recuperar a Johan Sebastopol de las tinieblas y transformarlo nuevamente en Henk Lacroix.

“ Eso no será posible” me han dicho en la Embajada de Bolivia de Washington DC, hasta donde llegó mi reclamo. Allí, gracias a mi pasaporte diplomático, hablé con el embajador, con políticos influyentes, con diputados del Congreso de los Estados Unidos. Me he reunido con el presidente de Namibia y con los activistas de derechos humanos de Human Watch. Todos me han dicho lo mismo, que es una utopía cambiarle la identidad a una persona. Pero me ha sucedido a mí y yo sí creo que la cosa puede cambiar. Insistiré, una vez que haya terminado la crisis por la que atraviesa Bolivia, que tiene al país paralizado por una huelga de mineros, que puede que termine con la caída del gobierno actual. También tengo que esperar a que termine la crisis en Namibia, donde tal vez se genere una guerra civil con miles de muertos. Tal vez cuando todas estas crisis se acaben, se renovarán los vuelos de Lloyd Aéreo Boliviano y algún funcionario con sentido de humanidad de la oficina de inmigraciones lo ponga en un vuelo a Johan Sebastopol y entonces, tal vez, se pueda aclarar todo este asunto.

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