
Partí sobre el mediodía. Sabía que no iba a llegar a Amsterdam esa noche. No hacía calor ni frío, el vehículo avanzaba a velocidad regular por una carretera en la que camiones y algún turista rezagado de otoño se desplazaban sin problemas. El viaje resultaba normal, excepto por un detalle. En el mapa y en la voz del GPS las ciudades sonaban diferentes. No solo era la entonación, era una tendencia a confundirse y a hundirse en una nebulosa. Ya me había pasado con Figueres. Había desaparecido del cartel, se había sumido en la nada cuando pasaba por la salida 4 de
El vehículo arrancó sin problemas en la mañana fría de otoño poblada de niebla. Atravesé los suburbios de París, la autopista colmada de gente que se dirigía a sus trabajos empezó a desvanecerse, a evaporarse. Pronto la carretera quedó vacía y París dejó de figurar en los carteles. Al cabo de tres horas en las que no presté atención a los carteles para no pensar en lo extraño de los carteles me dí cuenta que había desaparecido también la ciudad de Bruselas, la sede de
Amsterdam permaneció. Llegué en las primeras horas de la tarde. Primero fui al Centro de Convenciones y me imbuí del tema de mi conferencia: “la crisis frente a la pequeña empresa, como sobrevivir”. En el luminoso hotel de Utrecht en el que me alojé y dejé mis cosas, pude al fín contemplar un noticiero.
- “Una serie de implosiones afectan ciudades de Francia y Bélgica” - decía el comentarista mientras se mostraban imágenes de urbes desapareciendo como resultado de hongos que parecían atómicos.- “Nadie sabe si estas desapariciones son temporarias o permanentes, ni que pasará con las poblaciones una vez que las ciudades reaparezcan”
Por la noche me desplacé por el distrito rojo. Amsterdam era la única ciudad que no había desaparecido, seguramente las mafias del hachish habían hecho algún acuerdo especial para que la ciudad se salvara del desastre. Me sumergí en un coffee shop y pedí unos cigarros muy fuertes, que combinados con unas pastillas que conseguí en una tienda de venta libre me hicieron perder el conocimiento por dos días. Permanecí en el hotel luminoso hasta que emprendí el regreso, con alucinaciones que me hacían ver las casas de Amsterdam inclinadas, los canales llenos de una corriente tenebrosa y las prostitutas del distrito rojo como monstruos sin brazos.
De regreso decidí ir por otro camino, intentando llegar a Lyon a la medianoche y a Montpellier a la mañana siguiente. Cuando pasé Luxemburgo, las ciudades comenzaron a recuperar la normalidad. “ La crisis cede en las bolsas y hay ciudades que reaparecen en los mapas del Sur de Europa” decía el comentarista en francés. Por lo menos eso creí entender. Pero un extraño cambio se percibía en Lyon. Entré en ella cerca de la medianoche, harto de conducir por una ruta oscura y eterna que atravesaba Champagne, Metz, Nancy, ciudades góticas medievales cuyas bóvedas no dejaban de brillar en la noche.
En Lyon los vehículos estaban apilados en las calles, pero no en hileras y filas como es habitual, sino unos encima de otros. Todos estaban quemados. El hotel de cadena Etap en el que dormí estaba aislado en medio de un paisaje desolador, ni un alma viva alrededor y miles de vehículos apilados al frente de casas derruidas y manchadas de hollín. Quizás Lyon había desaparecido y reaparecido con la crisis, tal vez el extraño efecto de la implosión era un rastro del desastre. Por la mañana un tráfico abundante, normal para un día de semana, me acompañó hasta la salida de la urbe. Cuando miraba al interior de los vehículos en la autopista colmada veía todos esos rostros blancos, con facciones desdibujadas, enmascarados. Atribuí el fenómeno a la crisis, tal vez la gente había perdido definitivamente la identidad.
- ¿Probaste el hachís de Amsterdam? Me preguntó mi mujer, ya en casa, cuando le conté mis historias de viaje.
- Un poco- dije,- pero eso fue después.
- No importa, esas drogas penetran en el cuerpo aún antes de que se prueben.
Empecé a pensar que las cosas habían cambiado definitivamente de rumbo. Que había habido una sutil alteración en el factor tiempo en relación a la distancia. Una absurda interpretación de la teoría de la relatividad de Einstein. Pero nada en las semanas que han transcurrido desde ese viaje me indica que esté loco o que las cosas sean como las viví en esas cuatro jornadas. Quizás este relato es lo que está alterando los hechos, que en realidad son producto de una alucinación posterior. Simplemente puede haber sido un efecto de la crisis financiera, una dimensión oculta de las ciudades que percibí en un momento y luego se desvaneció. Quizás esto explique lo que está sucediendo ahora con Barcelona:
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